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martes, 10 de mayo de 2011

IBIZA - Sant Antoni de Portmany

Cuando me quedaba a penas media hora de camino para llegar a Sant Antoni de Portmany, un joven me ofreció acercarme a mi destino. Le dije a donde me dirigía y con gusto me abrió la puerta de su coche, donde metí primero mi macuto. Él era valenciano y llevaba dos años en la isla, trabajando como enfermero, y disfrutando del lugar, sobre todo cuando el influjo de turistas es inapreciable. Me habló de Ibiza, de su familia, de su trabajo... Acabó contándome cómo conoció a su pareja en Argentina, cuando era aún más joven, y recorría el país con su mochila. Me dejó en San Antonio y nos despedimos entre risas.

Me moví un poco por la ciudad y empecé a preguntar por la calle en la que encontraría el hostal que había visto en internet. No tenían habitaciones disponibles, pero me dirigió a otro hostal propiedad de los mismos dueños, y que se encontraba a la vuelta de la esquina. Aquí me recibió una sonriente recepcionista, que me atendió e informó perfectamente y con ganas. Se molestó por iniciativa propia en marcarme en un mapa todos los lugares de interés, y me aconsejó sobre los mejores locales donde comer. Después de una reconfortante ducha y un despliegue de mis cosas por la habitación, me decidí por ir a ver la puesta de Sol al punto donde me había recomendado la chica del hostal.

Por desgracia, no llegué a tiempo para ver al Sol desaparecer tras el horizonte. Me conformé con disfrutar de los colores que se formaban en el cielo y las nubes, y de la vista de la isla Conejera perdiendo su color a medida que pasaban los minutos. Ya estaba oscureciendo a mayor velocidad y volví al hostal, donde estoy ahora desde hace algo más de dos horas.

Voy a dormir increíblemente bien, y mi cuerpo tendrá que recuperarse para volver a trotar mañana.






jueves, 14 de abril de 2011

IBIZA - Adelante y acompañado

No conseguí dormir muy profundamente en el aeropuerto, con la gran cantidad de gente acercandose incesantemente a las colas de facturación y los avisos por megafonía con su repetitiva sintonía. He desayunado un chocolate caliente con un croisant que me han sentado maravillosamente. Ya estaba pensando en mi llegada a Ibiza.

Después de otro vuelo aburrido, ya estaba en la isla. Lo primero que hice fue hacerme con un mapa, e ir a aprovisionarme al supermercado más cercano, que se encontraba en Sant Jordi, y al cual fui en bus. El agua, lo más importante, fue lo primero que cogí, luego algo de embutido, pan y fruta. Dí comienzo a mi ruta desde el aeropuerto y mi primera parada fue Sa Caleta, tras pasar por la playa des Codolar.

Sentía que me iba a costar llegar a mi meta, pero no me desanime, procurando apartar ese pensamiento de mi cabeza. Continué por la costa atravesando la punta des Jondal y llegando a la cala del mismo nombre. Tuve que preguntar a un alemán el camino para llegar a Porroig, y el hombre mirándome extrañado, me indicó el camino haciendo buen uso de su excelente spanglish. Esa fue mi siguiente parada, Porroig, y tras perderme por una urbanización de portentosas casas, retomé el camino de la carretera.

Después de un buen rato andando, me adelantó con su coche un tipo animado con acento francés-andaluz, que frenó y me invitó a subir al todo-terreno, donde una pequeña perrilla llamada Izzy no paraba de ladrar. Me recordó inevitablemente a Noah. Según dejé mi mochila en la parte de atrás, y me senté de copiloto, Izzy se subió a mi regazo y desde ahí recibía mis mimos y caricias detrás de las orejas.

"¿Dónde vas?" me preguntó el joven, y no supe que responder...

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