Antes de decidirnos por nuestros respectivos destinos, fuimos a recoger marihuana. El chico de gracioso acento, nos enseñó dónde vivía, sus diseños para el jardín, y su viejo Seat Marbella. La madrileña se decidió por volver a Sant Josep de Sa Talaia, donde dormía durante su visita a la isla pitiusa, y allí la dejamos.
Nos quedamos los tres: el francés, Izzy y yo. Me llevaron a conocer un lugar increíble: cala d'Hort, desde donde se podía admirar Es Vedrá, acosada por miradas y enésimas puestas de Sol. Aquí nos fumamos un gran porro sentados a la sombra de un árbol, conociéndonos. Me contó su vida en la isla, el momento en que sintió la llamada de este lugar; me habló de sus múltiples trabajos, de su modo de vida. Era de Paris y llevaba dos años sumergido en la magia de Ibiza de la cual se había enamorado. Luego insistió en que yo hablara. Me sinceré y le hablé de mis problemas y mi vida en el Norte, y quiso saber más, así que no le oculté nada. Me dijo lo que pensaba y me aconsejó.
Le pedí que me acercara a Cala Vadella, y lo hizo con mucho gusto, llegando incluso a ofrecerse a llevarme a Sant Antoni. No quería llegar tan pronto allí, así que insistí en quedarme en Cala Vadella, y allí nos despedimos con sonrisas en nuestros rostros.
Hice noche en Cala Vadella, con el cielo observándome tan insignificante.
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