He llegado a Barcelona, y he sido apabullado por mi entrada a la terminal del aeropuerto. Tan enorme, sobre todo después de haber estado en el de Santander.
Estaba bastante perdido, pero poco a poco me he ido fiando de las señales, y he ido llegando a la salida. En el punto de información, he preguntado por la Sagrada Familia, y me lo han indicado muy correcta y amablemente. Hacia las 6 de la tarde ya había cogido un tren al centro de la Ciudad Condal. He salido por la boca del metro a una calle abarrotada de gente, cada cual con su destino y forma de andar. He mirado a mi alrededor y no he visto ningún imponente edificio, hasta que me he girado 180º, y ahí estaba. Esos picos dominantes que se me echaban encima. He rodeado la magnífica y opulenta obra de arte inacabada, y luego he llamado a mi hermana, que de pura casualidad, estaba con una amiga suya que conoce bien la ciudad.
Ella me ha dado unos consejos y pronto he vuelto al subsuelo, donde he ido aprendiendo a moverme por ese basto entresijo de lineas de metro, cada una con su color. He aparecido en La Rambla donde la marea de gente en movimiento, me ha incitado a continuar descendiendo hacia el puerto, haciendo todas las paradas para observar a los artistas llenos de talento y energía.
Tras otro repostaje para mi barriga, he continuado poco a poco en dirección al mar. He comprado una carterita de colores y con el símbolo ॐ, que me ha llamado la atención en un puestillo.
Ya estaba empezando a sentir cansancio, y he vuelto al aeropuerto donde me he relajado un poco, y luego he estado tumbado una buena hora en un banco a la intemperie, pensando y pensando. He vuelto a la terminal, y ahora estoy tumbado sobre la esterilla y pronto iré dando paso al sueño, no sin antes leer un poco al Dalai Lama.
Mañana empieza el camino, y no pudiendo ser de otra manera, madrugando y con los nervios haciéndome rescatar una sonrisa en mi rostro.
¡Hasta mañana!
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