Me moví un poco por la ciudad y empecé a preguntar por la calle en la que encontraría el hostal que había visto en internet. No tenían habitaciones disponibles, pero me dirigió a otro hostal propiedad de los mismos dueños, y que se encontraba a la vuelta de la esquina.
Aquí me recibió una sonriente recepcionista, que me atendió e informó perfectamente y con ganas. Se molestó por iniciativa propia en marcarme en un mapa todos los lugares de interés, y me aconsejó sobre los mejores locales donde comer.
Después de una reconfortante ducha y un despliegue de mis cosas por la habitación, me decidí por ir a ver la puesta de Sol al punto donde me había recomendado la chica del hostal.
Por desgracia, no llegué a tiempo para ver al Sol desaparecer tras el horizonte. Me conformé con disfrutar de los colores que se formaban en el cielo y las nubes, y de la vista de la isla Conejera perdiendo su color a medida que pasaban los minutos.
Ya estaba oscureciendo a mayor velocidad y volví al hostal, donde estoy ahora desde hace algo más de dos horas.
Voy a dormir increíblemente bien, y mi cuerpo tendrá que recuperarse para volver a trotar mañana.
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