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viernes, 6 de mayo de 2011

IBIZA - Descanso en el camino

Me di la vuelta una última vez para ver desde lo alto el lugar que me acogió y me hizo sentir tan a gusto por una noche. Antes de fundir mi camino con la carretera, me detuve un ratito para leer una inspiradora pintada escrita sobre un muro, que decía "¡Cortados los árboles, muertos los animales y contaminados los ríos | veras k la plata no se come!". Tanta razón en un par de frases tan sencillas.

Tras varias horas de caminar, tenía los hombros destrozados y los pies muy doloridos. Entonces decidí parar en la siguiente cala para descansar un poco el cuerpo, comer algo, y refrescarme. Era Cala Tarida. No estuve en la propia cala de arena y gente, sino en una esquina oculta de la misma, donde nuevamente se encontraban varias cabañas de pescadores, cada una con su embarcadero. Una de estas chozas de cemento tenía una terracita perfecta con mesa incluida.

La tonalidad tan azul del mar seguía sorprendiéndome. Metí los pies en el agua, y el gozo superó al que sentí al quitarme las botas y los calcetines. Luego llegó el turno de sumergir mi cabeza y después de refrescarme los hombros.
Me comí una manzana y apreté el gatillo de mi cámara varias veces, admirando la belleza del rincón, que por el tiempo que estuve ahí, fue solo mió. No apareció ni una persona y lo agradecí, ya que el sonido del agua era lo único que necesitaba escuchar.

Disfruté una hora de ese lugar de ensueño, y me puse en camino a Sant Antoni, renovado y con fuerzas y ganas para seguir caminando. La meta se encontraba a mi alcance y antes de lo que había supuesto.






sábado, 23 de abril de 2011

IBIZA - Una superficie sobre la que dormir

Como ya dije, hice noche en Cala Vadella, la oscuridad a mi alrededor. Extendí la esterilla sobre el tejado liso de una de estas casetas que acompañan a sencillos embarcaderos por toda la costa.

Cuando llegué (todavía era de día), quise refrescarme con el agua del mar, que chocaba contra las rocas incesantemente a pocos metros, pero estaba llena de pequeñas medusas marrones, así que decidí agradar a mi cuerpo con un poco de agua de mi cantimplora.
Después de leer un poco de "The Art of Happiness" y sentir como todo me rodeaba, me quedé dormido. Y mientras anochecía me desperté para sacar el saco de dormir, ya que empezaría a refrescar. Pronto me quedé dormido de nuevo y no desperté hasta las 2:30 de la mañana que tenía sed.

Pensaba que iba a estar sumido en una oscuridad absorbente, pero la verdad es que existía un debilísimo y tenue amago de luz, que creaba un ambiente muy relajante. Ésta frágil luz se reflejaba en el mar, y acompañaba a cada sutil meneo del oleaje.
Entonces busqué el cielo y me quede asombrado.

El cielo estaba plagado de infinidad de estrellas. Se apreciaban perfectamente diversas constelaciones. Pocas veces había visto un cielo tan limpio. Ayudaba el hecho de que la luna estaba tan fina como un fideo, pero en serio, las veces que he visto tanto ahí arriba las podría contar con una mano.

Después de eso el sueño volvió rápidamente.

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