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viernes, 6 de mayo de 2011

IBIZA - Descanso en el camino

Me di la vuelta una última vez para ver desde lo alto el lugar que me acogió y me hizo sentir tan a gusto por una noche. Antes de fundir mi camino con la carretera, me detuve un ratito para leer una inspiradora pintada escrita sobre un muro, que decía "¡Cortados los árboles, muertos los animales y contaminados los ríos | veras k la plata no se come!". Tanta razón en un par de frases tan sencillas.

Tras varias horas de caminar, tenía los hombros destrozados y los pies muy doloridos. Entonces decidí parar en la siguiente cala para descansar un poco el cuerpo, comer algo, y refrescarme. Era Cala Tarida. No estuve en la propia cala de arena y gente, sino en una esquina oculta de la misma, donde nuevamente se encontraban varias cabañas de pescadores, cada una con su embarcadero. Una de estas chozas de cemento tenía una terracita perfecta con mesa incluida.

La tonalidad tan azul del mar seguía sorprendiéndome. Metí los pies en el agua, y el gozo superó al que sentí al quitarme las botas y los calcetines. Luego llegó el turno de sumergir mi cabeza y después de refrescarme los hombros.
Me comí una manzana y apreté el gatillo de mi cámara varias veces, admirando la belleza del rincón, que por el tiempo que estuve ahí, fue solo mió. No apareció ni una persona y lo agradecí, ya que el sonido del agua era lo único que necesitaba escuchar.

Disfruté una hora de ese lugar de ensueño, y me puse en camino a Sant Antoni, renovado y con fuerzas y ganas para seguir caminando. La meta se encontraba a mi alcance y antes de lo que había supuesto.






martes, 3 de mayo de 2011

IBIZA - Pescador ibicenco

Al estar encerrado entre dos paredes de roca, no me desperté con el Sol como me había precipitado a imaginar. Eran las 9:30 y no tardó en aparecer por ahí una personilla. Era un hombre mayor, pero no lo suficiente como para abandonar su "hobby" marítimo. Bajó cuidadosamente por el caminito, que probablemente él contribuyó a dar forma, y sin sorprenderse por verme recién despertado y con el saco y esterilla desplegados, me saludó.
Era el dueño de una de esas casetas de pesca y venía a trabajar en la restauración de su rampa de acceso al mar. Al principio pensé que quizá no le haría mucha gracia que hubiese pasado la noche ahí, sin embargo resultó ser muy agradable.

Empezó con un "Buenos días" muy risueño y después, mientras yo recogía mis cosas, continuó con "¿Qué tal has dormido?". Le expresé lo tranquila que había sido mi noche, sin molestias de ningún tipo y con el mar a escasos metros de mi alcance, su susurro adormilante. Me dio la razón y sonrió con gracia apreciando mis halagos hacia la tierra de la que es oriundo.

Le pregunté por un camino apropiado para subir al peñón que teníamos en frente. Me señaló un camino y dejé mi mochila para comenzar el ascenso. Una vez arriba observé la inmensidad del mar y la belleza de la costa a mis espaldas, Cala Vadella tras mi hombro izquierdo y a mi derecha en el horizonte las islas de ses Bledes y s'Espartar. Todavía podía ver Es Vedrá parcialmente oculta por tierra firme.
Había diversas columnas de piedras apiladas, erigidas por la gente que había pasado por ahí en diferentes momentos y circunstancias. Al bajar a las cabañas el buen hombre me habló de una cueva que a veces ve y otras veces no logra encontrar, donde en la época de su abuelo, se practicaba el contrabandismo.

A las 10:30 me puse la mochila y me despedí del ibicenco para volver a la carretera. Antes de darme la vuelta, me invitó a dormir en ese lugar siempre que quisiera, y se lo agradecí sinceramente. Un sitio perfecto para pasar la noche al aire libre y en paz.